viernes, 13 de agosto de 2010

Alberto Buela o el hábito de mentir como pseudo filosofía





















Alberto Buela está catalogado como un filósofo de la virtud en el sentido del neoaristotélico Alisdair MacIntyre, el cual a su vez es conocido por haber promovido el celebérrimo comunitarismo liberal frente a grises filósofos socialdemócratas de la justicia como John Rawls. A partir del neoaristotelismo se cuela raudo Santo Tomás de Aquino y, tras él, la entera Iglesia Católica, con cosas como el Opus Dei montando guardia en el rincón más inesperado del departamento de teorética y práctica... La virtud es así a la postre la derecha de siempre vestida con los viejos argumentos angélicos, perfectamente compatibles, como es de sobra conocido, con cualquier fechoría indigna.  Pero dejemos por el momento el aspecto político-institucional del asunto y vayamos a la cuestión ética personal.

En tanto que filósofo de la virtud, uno de los preceptos de Buela debería ser: "el fin no justifica los medios" y, en consecuencia, que ciertas acciones han de quedar éticamente excluidas sean cuales fueren los fines que las pretendieran legitimar. El colmo del ridículo sería, pues, para este filósofo de la virtud, que además de practicar la mentira con la misma facilidad con que se bebe un vaso de agua, los fines al servicio de los cuales se pusiera esa mentira en tanto que medio no fueran otros que la propia promoción personal, el ego del interesado.

Pues bien, demostraremos que ésta es precisamente la forma de actuar del señor Alberto Buela Lamas. 

Para ello nos basamos en un cotejo sistemático entre el tipo de cosas que publica Buela (libros, artículos, textos o conferencias de internet) y su forma concreta de actuar, documentada mediante e-mails privados, fotografías y otras "piezas de convicción". 

El señor Buela se ha peleado con casi todo el mundo, pero por alguna misteriosa razón considera que ese rasgo belicoso es un mérito cuando se trata de él, el gran Buela, y un demérito (utiliza el argumento con fines de desprestigio) si, con justicia o no, se aplica a otras personas. Buela razona fatal, cada frase que escribe entra en contradicción con la anterior, no tiene ni idea de lo que es argumentar ni fundamentar, carece de metodología y todo lo que puede afirmarse respecto de su núcleo doctrinal es que a este individuo le agradaría volver a la Edad Media y ocupar en esa "comunitaria" época alguna alta jerarquía nobiliaria o eclesiástica.  Buela es un terrateniente mental. Toca Buela a rebato en favor del disenso, pero exige obediencia, sumisión  y silencio; y se ampara en la superioridad que le otorga no se sabe qué rango privadísimo, de carácter sospechosamente medieval, hereditario quizá, para "validar" la veracidad de sus filosofemas.

Pretende Buela, en efecto, que sus teorías son válidas, pero cuestiona la universalidad de la razón.  ¿Cuál es entonces el fundamento? La autoridad de la fe. Pero dado que eso no existe en filosofía, queda la autoridad del señor Buela, o sea, sus "cojones", por decirlo en castizo. Que la bueliana teoría del disenso en cuanto teoría haya de ser universalmente verdadera para que la aceptemos todos los seres racionales no le genera ni el más mínimo escrúpulo o duda filosófica al gran Buela. Disentir del disenso, lógica del propio disenso, nos devolvería al consenso, pero todo esto del razonar déjale frío e indiferente al pensador de la Pampa. Buela vocifera plácidas y compactas afirmaciones donde el cuestionamiento, la interrogación, la duda, no existe, ni ha existido nunca. El buelismo no es más que un conjunto de catequéticas respuestas católicas sin preguntas y todo lo más lejano que quepa concebir a un disenso filosófico digno de ese nombre...

Las doctrinas de Buela pueden sostenerse empero decorosamente y tenemos legiones de "filósofos" católicos que ya sabían cuál era la verdad antes de ponerse a pensar (en eso consiste precisamente la absoluta falta de credibilidad de estas "escuelas"...), sin embargo Buela ni siquiera es una persona educada, sino  algo harto parecido a un matón barriobajero. Este energúmeno no habla, ventoséase por la boca y siempre, siempre, siempre, aquello que queda flotando en el ambiente es la soberana autoafirmación del "magnífico" Buela, quien al parecer no percibe el hedor o se complace en el mismo. Pues a fin de cuentas un pedo de Buela es siempre Buela y Buela, ante todo, ama a Buela y es para Buela el más importante valor, pretensión que incluye, sépanlo oh virtuales discípulos, sus queridísimos gases, que no en vano parece que anda "regalando" en clase a sus alumnos como complemento práctico de la autoridad teológica (o sea, nada: gas) en que se "fundamenta" (¿?) su discurso "filosófico".

Pero lo más importante de todo el asunto es lo siguiente: un "filósofo" que rechaza la universalidad de la razón es un filósofo que desprecia la verdad y esto trae tarde o temprano consecuencias por algún lado, tanto por lo que se refiere a las "teorías" (¿?) como al comportamiento personal, público o privado. Buela miente y la facilidad con que lo hace demuestra que, en el fondo, es coherente con su doctrina del disenso  (=no universalidad de la razón) y la autoridad de la fe. Porque el cristianismo no es más que el derecho a considerar verdadero aquello que a uno le conviene (la salvación, la resurrección de la carne, el goce eterno y otros cuentos), de manera que la vida, pisoteada su básica verdad y con  ella el sentido de respeto hacia la verdad en general, se convierte en un negocio donde los propios intereses pasan por delante de cualquier otra consideración. Buela no podía actuar de modo distinto, en definitiva, porque la denominada "fe" (autoengaño sobre la inmortalidad del propio ego) es ya todo un retrato y un anticipo de lo que puede esperarse del personaje. 

¿Qué es el capitalismo, como decía Marx, sino la realización de lo judaico a través de su vehículo-crisálida de mundialización, a saber, el cristianismo? ¿Qué causa hay del deterioro de todos los principios sino la actitud básica existencial subyacente al judeocristianismo, una doctrina cuyo consenso no es el resultado de la  búsqueda de la verdad, sino del contubernio de los intereses de una masa trémula ante la realidad de la muerte? Quien sacrifica su capacidad de razonar a cambio de la "vida eterna" y construye con ello una autoridad sin razones, autoridad que sólo puede desarrollarse en forma de jerarquía ciega mezclando falsas promesas y pueriles amenazas de arder en el infierno, genera el tipo de mundo actual. !Puro hedonismo de oligarquías autoritarias! Buela ni siquiera sabe donde están los suyos. Su disenso se cura con una cátedra o, mejor, con una cartera de ministro de educación en alguna dictadura de derechas donde las funciones soteriológica, docente y cuartelera puedan hibridarse sin excesivos escrúpulos conceptuales.

Con ello tenemos la respuesta a la pregunta del millón: en qué consiste la superación del relativismo moderno para el gran Buela, aquéllo que denomina Buela el disenso frente al consenso (de la razón), o sea  frente a Habermas. No consiste aquélla en alcanzar argumentalmente la verdad mediante la lógica y el fundamento, sino en imponer una autoridad cuya validez redúcese al "aquí mando yo" y desemboca en la sumisión atemorizada de todos los pequeños, en el deber de olerle los pedos al maestro, cuando no algo peor, como sabemos por las portadas de los diarios después de décadas de chulesco autoritarismo sacerdotal sin límites.

Quede dicho, para terminar, que esto de Buela no es filosofía, sino la negación pura y simple del pensar. De ahí que yo no considere a Buela un filósofo; Buela es el anti-filósofo por excelencia. Buela es el párroco que se folla a la criada y acto seguido loa a Dios, el puro cinismo del "creyente": yo, yo, yo. Buela encarna esa negación de la virtud (virtud que en el filósofo comenzaría por la veracidad) incluso a nivel personal. La filosofía bien entendida es una forma de vida. Buela ostenta empero como hábito todo aquello que al filósofo le está vetado por definición, para empezar, la mentira. Buela miente conscientemente. Todo él es una farsa y no deja de manipular ni un instante a su interlocutor. Transpira impostura. Cada vez que habla, está  engañando a alguien para engordar su "personalidad". La historia de Buela, de principio a fin, es la de un fraude egolátrico que produce flatulencias discursivas varias, pero nunca filosofía. Al final, queda, pues, sólo gas, ese  producto de sus amadas tripas con que tanto gusta  de obsequiar  a sus alumnos. Buela como ventosidad. Buela o el arte de volar sin sustento, que el pedo eso es. 

Un consejo, Buela: vuela y piérdete ya. El cielo te espera y con ese vacío se consuma la vacuidad que ha sido de principio a fin tu volátil trayectoria por la vida. Poco quedará. Y si de mí depende, el ridículo.